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VISIONES

Geología de la humanidad. Arqueología futura.

Cuento y reflexión sobre la obra Geología de la humanidad de Santiago Talavera: https://santiagotalavera.com/en/.

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La nave nodriza ocupa el cielo. Como un bulto gaseoso y fragmentado aparecido en el seno de esta atmósfera pobre, cruza una cortina calva de rayos de luz. Los pocos perdigones de sol que chocan con la nave chispean como gotas sobre superficies sólidas. Las miniaturas de explosiones, parecidas a estertores de insectos, alertan a los pasajeros. El compositor musical apunta en su plakta: lluvia de fotones sobre corcho. Sonido de sorpresa amortiguado. El ingeniero de sonido enfoca un aparato hacia el exterior y captura la frecuencia en un bit. Los tripulantes son investigadores que vienen, siglos después de su fundido a blanco, a reutilizar un mundo. La nave nodriza desciende como una costra desunida desde el color que no podían ver los ojos de los griegos hacia el color que no podían ver los de las lombrices. Un geólogo, todavía desde arriba, describe el lugar elegido para el aterrizaje como una mina de yeso explotada sin orden o un mar de hielo hecho pedazos, con algunas motas de aparente vegetación que le recuerdan a barbas canas. Aterrizan.

El mar de hielo, Caspar David Friedrich. 1823-1824.

El jefe de los arqueólogos explora, confundido, su zona. Un evento meteorológico parece instalado en la estructura climática del planeta: es, o bien un rocío de leche sedimentado sobre los objetos, o bien una nieve que arrecia desde dentro de las cosas, provocándoles erupciones o deslavamientos de lejía. Aunque hostil para sus pupilas, el cabeza de arqueólogos no niega la belleza de pus y grasa que quedó tras el apocalipsis. Además, oye hablar en alto al entusiasmado becario del equipo de geógrafos, que señala que la piel albina del planeta genera un acusado efecto invernadero que está quemando -en varios patrones aún por definir- los propios blancos. Un bioquímico lanza al aire una hipótesis infundada de vitiligo planetario. Al oír estos pensamientos, el jefe de los arqueólogos hace un esfuerzo de reconcentración y atisba el mural de heridas de la blancura: vegetación hecha de ceniza suave, dunas de aire cuyas sombras parecen serpientes oscuras, nubes empapadas de ocre por su cercanía al sol, estructuras naturales que revelan su volumen de grafito. El investigador, dejando las primeras huellas de su humanidad, camina un mundo anciano que es una bomba de luz a sí misma velada por las posturas sexuales del humo con la niebla, que encienden su red sanguínea de pirógrafo.

Un mojón, situado a la vereda de unos hilos de asfalto despigmentado, le anuncia que está en una división territorial. Copia y apunta en su plakta, para los lingüistas y los filólogos, unas grafías que no entiende del todo: N-550. Pontevedra. La experta en lenguas muertas se lo agradece en el chat grupal de los exploradores.

Continúa con su trabajo de campo y se topa con un bolsón de humo atrapado que, acercándose, discierne como una masa vegetal. Podría ser un soto en ecosistema con la ruta de asfalto. Se adentra en él con la convicción de que puede haber dado con una buena surgencia de datos. Y, efectivamente, aparta una rama espesa y se da de bruces con el color y la vida. No avisa todavía a nadie, pues quiere gozar a solas de los interrogantes de su descubrimiento. ¿Existirán más fuentes de color como esta en el planeta? ¿A quién representarán estos retratos escultóricos que bordean los charcos de barro? ¿Podrán prospectarse tonos más allá de esos verdes tímidos, de este naciente rosa flúor o de aquellos amarillos bananeros? ¿Se podrá modificar su intensidad con lentes, químicos o palabras adecuadas? ¿Cuáles son las condiciones que han de darse, en este amasijo lívido, para la manifestación del color? ¿De dónde coño han salido estos cerdos? Pronto se estudiará.

El jefe de arqueólogos da un trago al contenido de su cantimplora, sabiendo que ha encontrado el paraíso de alguna religión obsoleta o, si no se transmite la información con el debido cuidado, de alguna nonata. Se concede unos minutos más de sí mismo en la anomalía.

En el centro del claro del bosque, un objeto preside la estampa (a falta de contexto, extemporánea). Es una gran protuberancia metálica, ajada y abollada. Tiene dos alas alicaídas y vestigiales, puesto que el objeto está anclado al suelo a través de un andamiaje metálico (más reluciente al estar protegido de la intemperie nívea por el abdomen del objeto) que reparte el peso entre cuatro columnas de piedra decoradas (en el bibliotecón encontró después una posible explicación en la obra De Architectura, escrita por el humano Vitrubio). Puede tener este objeto algún atributo de generación o seducción de vida, ya que está lleno de pájaros, rodeado de un ciervo y muchos cerdos (además de su excepcionalidad cromática).

La mente científica del jefe de los arqueólogos no concibe magias inexplicables sino sinergias sin tejer, de modo que asimila el ciclo natural de decadencia, abandono y reinterpretación de los seres vivos a los seres cromáticos: si no los mataron del todo, los colores volverán, como vuelven los cerdos, a revolcarse de nuevo.

Antes de informar a la plantilla de exploradores, el arqueólogo hace un retrato instantáneo con su LDA-802 para tener un recuerdo personal. Centra el objeto alado en el paisaje vertical, dice en voz audible ¡Coc! y en cuestión de segundos tiene una fina lámina de pasta vítrea sobre la que poder insertar capas de información con la voz o con los dedos. La imagen es limpia y preciosa como un guijarro de playa.

El ciervo, que rumiaba entre columnas, levanta una oreja hacia la plata nervada de unos arbustos. La expedición de científicos aparece entre luces de plomo como llamada por la excepcionalidad del lugar, y el animal sale corriendo. Al pasar levantando polvo blanco como una centella orgánica, el arqueólogo se asusta y la pasta vítrea se le escurre de las manos. Impacta contra el suelo en una miniatura de explosión parecida a un estertor post-humano. El resto de investigadores llegan al lugar echándose las manos a la cabeza y despegando los labios sin ruido ante la maravilla, mientras el jefe de arqueólogos se inclina para recoger lo que quede de su retrato. Cuando recupera la verticalidad con él en la mano, quince cabezas curiosas asoman ya por encima de sus hombros y treinta y dos ojos escrutan la imagen. La pasta vítrea se ha roto, cruzando la lámina en muchas líneas rectas que descuadran la composición. Del golpe, asoman a la vista circunferencias de las tripas matemáticas del instrumento y cuadraditos de colores, más potentes que los de la realidad que retratan, aparecen y desaparecen como un glitch. Así se la guarda en la mochila el jefe de los arqueólogos: vibrando fallida en una actualidad yonki de la creación del pasado. Y así permanecerá hasta que su nieto, años después y por resignificación, la tire a un desintegrador de basura.

Geología de la Humanidad. 2019. Acrílico, collage, rotuladores, lápiz de color y spray sobre papel. 160 x 120 cm. Todos los derechos reservados.
En El mar de hielo, allá por 1824, Caspar David Friedrich hizo ruinas la naturaleza. Friedrich le encuentra al bioma más hostil una cara de templo derruido, reduce a Partenón todo un Océano Glaciar para que nuestra psique, como frente un espejo, entienda el abandono romántico. Obeliscos, monolitos y escalones congelados, salados y fileteados como prueba de la dureza de la acción del tiempo. a escala humana. 

Geología de la humanidad, ya en el 2019, desanda esa influencia para hacer el recorrido contrario. Inyectando su hongo restaurador a un sitio olvidado, Santiago Talavera inventa abundante vida en derredor del abandono. Hay en la realidad, pese al discurso apocalíptico del cristianismo, de la Guerra Fría o del colapso climático, un itinerario optimista que va del escombro al paisaje. Una remontada artística del vestigio al mundo.

REFERENCIAS

El mundo sin nosotros. [Consideraciones sobre el imaginario utópico-ambiental de Santiago Talavera]: Haz clic para acceder a 2020_El_mundo_sin_nosotros_fernando_castro.pdf

Solo somos apocalípticos para poder estar equivocados [Conferencia en el CENDEAC de Santiago Talavera]:

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