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VISIONES

Mayéutica, de Robe. Luna rebosante.

Reseña del álbum Mayéutica de Robe y apuntes de la gira. Letras, fotografías e imágenes obtenidas de https://robe.es/.


Oscuro. Oscuro era el universo y no tenía fondo ni piedad. Oscuro como la flema silenciosa de un campo calcinado. Plasta de antimateria sin bordes. Negro cósmico acorralando el hueco de los mundos, la condición de posibilidad de los astros. Frío vacío sin luz, sin agua, sin música.

Desde allí vino, en una furgoneta de un negocio familiar de pintura, conduciendo desde su remota inexistencia. Los botes de líquidos colores salpicaban y los pelos de las brochas gordas vibraban al trote lento del motor. Los faros taladraban el bloque nulo. En algún punto del camino, los faros se apagaron y el motor cesó. Se bajó del vehículo, agarró una brocha y un cubo del portón trasero y navajeó un trazo limpio sobre una tapia en la noche. Se montó de nuevo en la furgoneta y partió a otro sitio con su soniquete. En que se disipó el humo venenoso del tubo de escape, se dejó ver por vez primera un signo blanco y zafio impregnado en la pared. El fresco lechoso iluminó la negrura y comenzó a palpitar como un jeroglífico alienígena. Cada vez más y más fuerte. Cosas empujaban con cuidado desde dentro del muro, hinchando las márgenes del trazo de sales minerales y goteando aceites aromáticos. Hasta que, con los nudillos pringados de lodo amniótico, surgió desde las vísceras del signo un puño que, en seguida, abrió sus dedos como una flor viviente. A los pétalos con uñas les siguió un brazo de fibra eléctrica. Al brazo, la bisagra del hombro. Y al hombro, una corona de espinas liada en sangre tierna con los labios vaginales. Corona perlada de semillas germinando. Y en ella enredados y apelmazados de brillante sudor, unos pelos largos, desflecados y mojados de interioridad: Con el grito vilagarrotado y lleno de dientes de quien estrena cuerpo con pulmones se abría paso, a zarpazos de niña, un nuevo Jesucristo.

INTERLUDIO

«Interludio» se enciende con unos pellizcos cariñosos a los que se le suman unas pezuñas de cervatillo recién nacido, que en seguida se recuestan sobre un mullido de violín. La melodía de Carlitos Pérez, gran fenómeno atmosférico de los discos anteriores de ROBE, reinterpreta los arreglos de Iñaki Uoho en Dulce Introducción al Caos (a su vez estaban inspirados en Bach). Donde Uoho elevaba a sorbos de mariposa el ritmo de Robe, Carlitos le extiende por encima su mermelada de violín. De hecho, en la versión de la obertura de LA LEY INNATA que ROBE ha hecho en su gira 2021, se han mantenido casi íntegros los arreglos de Iñaki por parte de Woody Amores y el violín se ha mantenido en un segundo plano de apoyo hasta su momento después del segundo volar.

Robe Iniesta entra descalzo a la casa en La Comarca. Como el mago mendigo de las películas, viene con un carromato de fuegos y secretos de algún lugar entre el pasado y el presente:

Se me cae la casa desde que se marchó,
y ahora ya solo espero el derribo.
Y es que perdí la pista del eje del salón
y estoy completamente torcido.

Robe saca estos versos del bolsillo del Segundo movimiento: Lo de fuera y se los fuma en la puerta. El sol ducha desde lo alto. Si en aquel pasaje interior de LA LEY INNATA Robe sufrió el abandono como muerte y desorientación, en MAYÉUTICA es un anfitrión amable de la realidad que se ofrece a sí mismo dulces de aceptación y una cama cómoda en la incertidumbre. En esta casa de música anti-feudal donde las cerraduras y los pestillos están prohibidos, la libertad se goza si regala y lo definitivo se guarda, sin que este se entere, en el estante de posibles:

Dejo las ventanas sin cerrar
y la puerta abierta
por si decidiera regresar
   por si me entran ganas de escapar
que no tuviera que esperar,
que nada la entretenga
   que nada me entretenga
Y dejo las canciones sin final
por si no vuelve nunca más
   por si no quiero regresar
y nada fuera cierto.

Interludio es una gema pulida cuyo centelleo final lo pone la gran novedad respecto a LO QUE ALETEA EN NUESTRAS CABEZAS y DESTROZARES: CANCIONES PARA EL FINAL DE LOS TIEMPOS: La Gibson les Paul de Woody Amores, cuya presencia tensionará a los instrumentos clásicos hacia el rock.

Nota: La sucesión del augusto Iñaki Uoho de EXTREMODURO se solventa en ROBE con la pentarquía compositiva de Carlitos, Woody, David, Álvaro y Lorenzo, que reparten la todopoderosa guitarra eléctrica del excamarada de Robe entre violín, guitarra, bajo, teclados y voz.

PRIMER MOVIMIENTO: DESPUÉS DE LA CATARSIS

Robe se purificó a bandazos en esa epopeya intestinal que fue LA LEY INNATA. En seis fases distintas, la sangre fue filtrada y el cerebro reamueblado. Ahora el asceta se mira por dentro como quien mira más allá de una ventana y la vista, por fin, es clara.

También el Primer movimiento de MAYÉUTICA parte, sin ninguna prisa, del Segundo movimiento de la LEY INNATA. Concretamente de la ralentización de la melodía del segundo 7:50, que, si allí preludiaba éxtasis, aquí es el recibidor de una ancha pieza paciente. Como un eco de invertida causalidad, el violín hace un motivo que más adelante repetirán otros instrumentos y el teclado le da una réplica amena hasta que se suma la voz de Robe. El cantante aclara que todo está bien, que ya no hay penas, como facturas, atrasadas. Pero la música, dando su propia versión de los hechos, rebate el discurso de Robe: el violín silba anunciando pirotecnia y los instrumentos de repente se atormentan alrededor de un zepelín de plomo. Robe insiste, en mitad del temporal, en que no quedan recuerdos amargos, en que por una peripecia sensorial ha entrado en la mente de la maldad y se ha hecho olvidar de allí.

Para no sucumbir
me tengo olvidado
de todo lo malo

El violín derrapa de nuevo, la deflagración de instrumentos se reinicia, las luces del directo caen como martillos y Lorenzo chilla desconsolado para coronar el accidente acompasado. Desplomando la gravedad de la canción, Robe se sincera e inserta un suspiro como ya añadió sollozos de nariz al final de Donde se rompen las olas:

Siento que me estremezco
solo de estar contigo, respirando el mismo (   ) aire.

Robe extiende una alfombra de trocitos suaves de guitarra rítmica y deja que Carlitos replique, en más de medio minuto de sosiego que se agudiza, ese aire compartido. Del vinilo crece un jardín que respira y late en el que el artista, bajo la sombra de un cerezo, se hace preguntas. Las más optimistas de la historia de su filosofía:

¿Será que, culpa del amor, todo me sabe diferente?

El eco que al inicio de la canción hacía el violín provenía de la suma del teclado de Álvaro y la distorsión de Woody, donde el primero crea gotas cristalinas en contraste con la nube eléctrica que levanta el segundo. A partir de aquí, la marcha no baja y, si en su Locura transitoria Robe sacaba de memoria una cuenta de luceros, ahora la pierde por triplicado.

Desde 1989, el compositor extremeño sale cada noche al patio y cuenta con los dedos las fases de la luna. Cuando el disco de luz se completa, reconoce cada mancha oscura y cada orifico de bala como propios. Pero la animalidad a la que incita el astro, titiritero de la sangre como de las mareas, es diferente a años atrás. Las frases de Robe que antes entraban en un corral y salían con la boca llena de sangre, carne y pelos…

Cadenas, ¡fuera! ¡que hoy es luna llena! 

…se han vuelto construcciones más largas que se entuban con la instrumentación, más rica y compleja, a través de rimas sencillas, repeticiones y aliteraciones. Las letras, que antes causaban más tortazo por sí mismas, hoy en día contribuyen a la arquitectura de las canciones como parte más del monumento musical.

Me pasé las noches sin dormir
como lobo aullándole a la luna llena
todo lo que te hace sonreír
me vale la pena

Ya Robe abjuraba de nosotros con cansancio y desprecio («Hoy al mundo renuncio»). Ya soñaba la venganza de la naturaleza con un mar que anegaba el mundo («Cartas desde Gaia»). Ya confiaba en que una droga cayera del cielo («Otra inútil canción para la paz»). Ya se resignaba a una guerra nuclear («Puta humanidad»). Pero no después de nacer de nuevo. No después de abrir la oscuridad. No después de la catarsis, cuando se asume sin hartazgo el lento girar del mundo:

Quise hacer el mundo más feliz
y quise volar y hacer un mundo nuevo
y, aunque todo esté por conseguir,
no me desespero

El poeta, vuelto animal, se queda en la cima del monte como un vigilante del destino, por si un mundo nuevo viene de camino («Pequeño rocanrol endémico»). Y quizá el animal, vuelto «respuesta», lo devuelva, lo empuje, lo eleve y lo lleve, soplado, por los caminos de las utopías.

Hoy, tal vez el viento sople a mi favor
Y me empuje, me eleve y me lleve y me lleve.
Voy caminando
y, de cuando en cuando, encuentro una canción
que me empuja, me eleva y me lleva y me lleva.

Robe repta, vuela o camina, indistintamente, hacia adelante. Una larga serpiente melódica llamada Woody Amores atraviesa la tierra y va a morir enredada en una cintura en forma de C. Sobre el bicho, pájaro o caminante, de nuevo, gotas cristalinas y nubes eléctricas. Después de una vida de confinamiento insomne que ha discapacitado la razón, un rayito de sol se ha personado en la ventana.

Canal de youtube de Woody Amores.

SEGUNDO MOVIMIENTO: MIERDA DE FILOSOFÍA

Robe, flaco para cualquier rendija, se cuela en la filosofía disfrazado de partera para robar manzanas. Amordaza a Sócrates, atropella a Nietzsche y mea en la inscripción en piedra su LA LEY INNATA. Rapta, entre toneladas de raciocinio, movimiento, aunque esa reducción a la emoción le cueste la salud.

La batería, como un potro ósmico de tortura, pisotea al resto de instrumentos, que chillan dentro de la cabeza de Robe. El artista convulsiona de contradicción y, como un superviviente que se devora a sí mismo, quema su propio templo de líneas simples y macizas (ABAB CBCB) mientras grita como un demente que él solo quiere hacer bailar.

Buscando la manera
de hacer revoluciones
pasé la vida entera
tocando los cojones
Tener un ideario
y perder las convicciones
volver a lo primario
que yo solo quiero hacerte bailar
como una puta loca (x3)

En su enajenación, solo solos de instrumentos pueden espaciar sus gritos: marabuntas de teclas deslizándose por su cráneo, rasponazos de violín como desesperaciones de párvulo, morados y amarillos de un bajo funk, guitarrazos con las manos de Woody y la cara de Uoho.

TERCER MOVIMIENTO: UN INSTANTE DE LUZ

Nada después de tu mirada.
Nada después de este instante de luz,
solo una imagen congelada.
Nada después de este instante, que tú.

Después de abrir los libros de filosofía, escupir en ellos, volverlos a cerrar y devolverlos a la biblioteca, Robe continúa con su declaración de amor. La vida no va más allá de este instante dado a luz. Álvaro, Woody y Carlitos montan una juerga medio circense que reactiva la verborrea enamorada de Robe:

Ni un millón
de besos que te diera,
de abrazos que te diera,
de versos que te hiciera…

Hace mucho tiempo, Robe dejó una nota escrita detrás de un «Autorretrato»: Si me encierro ven a verme: un vis a vis / Caí preso de mí, dentro, muy dentro de mí / Si me escapo ve a buscarme cualquier día / donde quede alguna flor, donde no haya policía. Veintiún años ha durado el vis a vis, que hora está acabando. ¡Rápido! ¡A follar! ¡A follar! Por si en la plena libertad se esfuman las ganas que atesora el preso. Robe ha salido de la cárcel (pues igual que se encerró a voluntad puede desestabularse) para comenzar una nueva vida como naturalista. Los coches lo saludan mientras cruzan a toda velocidad las autopistas y él, echado al monte, con una lupa gigante y un álbum de hojas de árboles. ¡Aquí está! Y no es alguna flor, es la flor exacta que inaugura la primavera. La flor exacta.

Date prisa, métete en la cama,
que el vis a vis se acaba
y empieza aquí,
con esta flor, la primavera.

Robe, también años ha, se colgó «Cabezabajo» en algún punto de una casa y, con una navajilla de shirlero, se rajó las venas. Luego extendió toda su sangre sobre la mesa como si fuera un mapa de Rorschach. Chupó un aguja de tinta y fue tatuando, uno por uno, en todos sus glóbulos rojos: Probaré la droga, una de cada / y volveré fiel a repetir / pa’ encontrar la que más me degrada / y abrazarme a ella hasta a morir. Veintitrés años después, con muchos litros de sangre batida y rebatida, no hay síntomas de degradación, sino una banda de salud rebosante. Aún sigue fantaseando con su muerte para enchufarle sentido a las cosas, pero el químico ejecutor ha cambiado. Consentir aquí el final para hacer una sensación rotunda de lo inmediatamente anterior, que eres tú:

Ojalá me muera
de repente, ahora,
fruto de esta alegre sobredosis
que me da al tenerte justo enfrente ahora,
y ya no necesito nada más

Vestido con casulla y palazzo de Desigual, Robe se sube a su altar pagano que es el escenario y continúa con la transustanciación de su cuerpo al de lo otro querido, al que siente dentro. Si en anteriores accesos de «Locura transitoria» el artista buceó entre la colada del amor para encontrarse a sí mismo, en este «instante de luz» es el amor el que descifra la terquedad de Robe en instalar un cielo azul entre sus trastos. Ahora cocinero, destapa su rutina cotidiana y la casa se llena de ricos olores, sobre todo desde que descubrió que las banderas de mi casa son la ropa tendía («Malos pensamientos»). Las noches aullando a la luna que eran un lamento de inadaptación, de repente comunican. Con sacerdocio bestial, Robe arriesga la voz para hacerse escuchar en inéditas frecuencias en esta épica de la comprensión:

que tú queriendo descifrar
mi empeño por poner
un cielo azul aquí entre tanto trasto.
Tú tratando de entender
qué he venido a buscar,
perdí el gobierno de mis propios actos.
Tú, capaz de adivinar
mensajes escondidos
en mis aullidos,
bajo la luna llena.
Tú haciéndome llegar
al límite, al deseo.
La cosa del pantano. Alan Moore. DC Comics. Todos los derechos reservados.

En el envés de «La canción más triste» y muy lejos del lugar «Donde se rompen las olas», Robe gana peso después de los años de la tisis y el vapor. Es hora de ponerse roquero, reanimar todos los cuerpos y sentir el propio sujetando una guitarra eléctrica.

El violín se hace banda sonora de alguna persecución y David y Robe se acercan y se separan en el escenario con pasos de Yeti que Alber hace huella en su batería. Se calcan motivos y versos del inicio del «Primer Movimiento». Si antes los besos, abrazos y versos no iban a ser suficientes para expresar completamente el amor, tampoco un millón de hecatombes van ser capaces de destruirlo. Tres veces niega Robe al cataclismo, cosa que también se explica en la iluminación del directo con sendos apagones y fogonazos:

Ni un millón…
ni de cataclismos.

Cuando se cansa de luchar contra el fin del mundo, Robe tira la lanza en astillero y la adarga antigua en la arena para relajarse en una playa jamaicana:

Y estoy harto de sobrevivir
el tiempo que no te veo,
y ahora que tú te has pasado por aquí
estoy en pleno apogeo.

Y después del descanso le vuelven a entrar ganas de matarse y luego tú queriendo y tú tratando y tú capaz y tú haciéndome. Esta segunda repetición aún se eleva más que la anterior con los solos melódicos de Woody y la garganta atiplada de Lorenzo y va a desembocar todavía más arriba en el río vertical que remontan las ballenas tatuadas del pecho Robe:

Pongo rumbo a la locura,
que me sabe a poco
andar a ras de suelo despacito,

y he subido a tanta altura
que el cielo es poco
y solo tu mirada necesito,

y has venido, me has mirado
y de repente se ha parado el tiempo,

Aún le crece una cola de piano a la canción cuando parece que termina. Robe frena la locomotora musical, que viene a muchas revoluciones por minuto, en mitad de la noche. Y se sube, como si fuera un preso común en el tejado de una prisión, al techo del tren. Templa la garganta, infla los pulmones y llena el mundo de su código.

fueron expulsados de las academias por locos y por publicar odas obscenas en las ventanas de la calavera, que se acurrucaron Au en ropa interior en habitaciones sin afeitar, quemando su dinero en papeleras y escuchando al Terror a través del muro… realidades de salones de Peyote… borrachera de vino sobre los tejados… vibraciones de sol, luna y árbol en los rugientes atardeceres invernales… que Au mamaron y fueron mamados por esos serafines humanos, los marinos, caricias de amor Atlántico… que caminaron toda la noche con los zapatos llenos de sangre Au sobre los bancos de nieve en los muelles esperando que una puerta se abriera… bajo el foco azul de la luna… Fragmentos escogidos de Aullido, poema de Allen Ginsberg, traducidos por Rodrigo Olavarría. Todos los derechos reservados.

CUARTO MOVIMIENTO: YO NO SOY EL DUEÑO DE MIS EMOCIONES

Alber a puñetazos, Woody carraspeando y Carlitos de rally. Así se inicia el apabullante cuarto de hora del cuarto movimiento. Como una tarta bruta, mejor embestir que dialogar.

Robe, apóstata y anticlerical de toda la vida, suelta el mechero de quemar iglesias y depone su corona de espinas de Jesucristo García para dar las gracias a un modelo matemático. No solo por la manida metáfora de subirse al tren vital que pasa, sino por erigir la estación que lo detiene y lo hace utilizable. La cadena de fonemas ioi lanza uno de los fraseos más bonitos del disco:

Y hoy el espacio-tiempo nos concedió:
un tren que pasa, una estación.

Álvaro ulula gracioso hasta que Robe recicla unos esquejes de la botánica chamánica de Pharmako-Gnosis. Con las manos manchadas de humus, canta cariñosamente a las plantas, que ya atisban el extraordinario bosque marciano que son. Eso sí, Lorenzo, el demonio de la segunda voz, pone cierta sombra de duda. Curiosamente también es una duda luminosa. Porque incluso la duda resplandece:

Los sabores / sonidos eran tan potentes…
y los colores / estrellas eran tan brillantes…
Solo son destellos,
sé que solo son destellos.

Sempiternas referencias al sol y al cielo. Astros felices aletean en nuestras cabezas. Cuando empieza la función también empieza el descomunal estribillo, con metraje correspondiente a la longitud de una canción entera, que da segundas oportunidades a los sueños no cumplidos. El amor significa una rendición sin condiciones, afirmación que me lleva hasta la canción «Amor sin cláusulas» de Kase.O.

Cruza la puerta y quédate conmigo

Robe, desde dentro del boquete donde una vez una hubo una puerta, te invita a un té natural imitando con las manos el movimiento de las bisagras. Reitera el conmigo tres veces, como el bailar como una puta loca del «Segundo movimiento», las noticias urgentes en «Un suspiro acompasado» o el estado de espera en «Standby». Tres repeticiones son suficientes para no cansar y favorecer matices.

Suaves colinas de bajo y luego de teclado se parten cuando las cruza el diafragma enloquecido de Lorenzo, que hace camino para las guitarras y el violín. La comunión de artistas abre paso al Robe anfitrión del «Interludio», que carga al hombro con la cama del vis a vis del «Segundo movimiento».

Dejo las ventanas sin cerrar
    Y dejo las canciones sin final
y la cama sin hacer
    porque no puedo saber 
y la puerta abierta,
    cómo acaba el cuento
por si vuelve a aparecer,
    por si no quiere volver
que no se entretenga.
    y nada fuera cierto.

Se cierra ahora el gran estribillo, con la voz arrancando tripas con los dientes a través de un mantra que podría aplicarse a toda una antología letrística, acuífero de toda una manera de crecer:

Yo no soy el dueño de mis emociones.

Robe es y ha sido una apelación constante a los instintos, a la interioridad capitana, a la emoción pisando el cuello a la razón. Girando terco sobre los mismo símbolos (sol, luna, estrellas, nubes, flores, colores, corazón, escalera, primavera…), como no queriendo abandonar lo que uno es pero mirándose desde diferentes sitios, ha conservado su parque natural de letras placentinas. Y aún mantiene bullendo la marmita de su sangre. Su individualidad radical es una taller de artesanía donde se desatan fuerzas y se crean pociones mágicas de excitación.

Es que no controlo lo que escribo. Es como si vomitara y luego mirase a ver qué hay ahí. Me sale lo que me sale. No es una cosa sobre la que yo tenga control. A veces, cuando estoy componiendo, me parece que soy una especie de espectador. Veo lo que sale y lo analizo. Pero al final lo que cuneta es si te emociona. Y si me emociona, pues vale, ya puede hablar de amor o de guerra.

Roberto Iniesta en entrevista para Carlos Marcos, de El País

Robe sabe que hay algo (de definición cambiante pero de naturaleza inamovible) que le aproxima a lo que ama. Esa es la ciega convicción a la que se regala MAYÉUTICA.

Ahora con bata vieja de psicoclimatólogo, Robe mece con su voz la a del mar, imitando a un oleaje sedoso, para luego explorar la posibilidad de que una nube sienta vértigo. Como escritor usa estas prosopopeyas, habituales en su corpus, a modo de tácticas indígenas para la vinculación con la naturaleza. Y como había algo que aproximaba, es lógico pensar que…

No, no hay nada que nos incrimine.

Si algo se tuerce, es una cadena de consecuencias que viene de otro lado. La maldad no puede suceder aquí, en nosotros. Robe defiende su libertad sin cargos y tranquiliza a su compañera cuando se seca la cosecha: En este huerto no cabe culpa, le dice, y el espacio-tiempo nos ampara, le recuerda.

Si Robe lleva toda la sinfonía quitándose obstáculos de en medio es porque sabía que, tarde o temprano, le entrarían las ganas de mandarlo todo al carajo. Pero aquí revela que su huida es mental, desubicado a veces hasta dentro de su psique. Coqueto (ay, ay), canta un butrón en el cerebro hacia prados sensacionales:

Siento que estoy fuera de lugar
hoy en mi mente.
Y veo que me entran ganas de escapar
urgentemente.

Volver a empezar en un mundo sin luna, pues su dimensión ya tiene sustituta:

Quiero volver a empezar
una noche sin luna,
que quiero verte brillar
cuando esté todo a oscuras.

Si en «Dulce introducción al caos» se agarraba a la cola del viento, aquí lo hace a la luz, para ya nunca estar abandonado en esta ausencia global. La razón: el suelo no es un lugar seguro. Un punteo se va hundiendo en esas arenas movedizas hasta un segundo de silencio, que anuncia el resurgir poderoso del guerrero.

Y con una cuenta atrás que va sumando por última vez a todos los instrumentos, unos pies gigantes de fuego y de nuevo el estribillo propulsado a reacción hacia la historia de la música española.

CODA FELIZ

Y lo vieron caminar y caminar. Cuentan que bailaba como un simio con falda alrededor de las hogueras. Nada le quitaba esa sonrisa puesta de los yonkis. Según dicen, se pasaba muchas horas imitando a un perro, olisqueando un aire inacabable. La policía lo detenía y, entonces, se veía obligado a volar sobre las verjas para robar fruta. Cuando se topaba con un curso de agua, estudiaba para rana. Pernoctaba en tinajas con el ojo hacia a la luna. Tenía una guitarra que era una biblioteca de ecos de pasos. El resto de su patrimonio era una soledad de lechuza. Como no creía en las monedas, mendigaba besos a modo de fianza o de macuto. A las viejas les puso la mejilla y les dijo que igual no volvía nunca. Pero al tiempo regresó. Entonces pidió su limosna, nunca de dinero, a los hombres y mujeres en edad de trabajar. Por si acaso fracasaba de caminar y no volvía jamás. Pero, a los pocos meses, se recortó en el atardecer su figura. Cuando llegó, puso la piel en manos de cazo para los niños. ¿Y si no regresaba nunca? Nada era cierto: pasaron unos años y una verbena de abejas anunció su llegada. Como ya no quedaba nadie a quien pedir, se acercó a una mujer embarazada y puso la oreja en su tripa. Una voz que aún no existía le preguntó: ¿No te arrepientes, bala perdida? Y el caminante respondió:

No. Qué va.
Video extraído del canal de Youtube Juancaraes. Todos los derechos reservados.

MAYÉUTICA COMPLETA

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