Artículo-biblioteca de textos, videos, goles y jugadas alrededor de la canción «120 monedas», de Zambayonny.
Otra carta de la tan rescrita correspondencia entre fútbol y vida. Solo que a más potencia lírica que el resto. A muchos Roberto Carlos del resto.
Visiones furiosas (Los ojos encendidos buscando la revancha) y de mala rebeldía (los ángeles caídos se paran en la cancha) abren dos párrafos sobre el retorno. Si a Satanás se le rescindió el carnet y se le cerraron los vomitorios del Cielo, en el fútbol ha encontrado una segunda oportunidad. Vagó por la Tierra forzado, porque sí (ya hicimos el camino que va a ninguna parte). Padeció la marginalidad, en un deporte socialista, de dar pases que recibir de un ladrillo y no de un mediocentro (ya nos quedamos solos pateando contra el muro). Perdió por reservón y por pobre como un obrero en una casa de apuestas (perdimos casi todo jugando a lo seguro). Pero se encontró los cuernos en la gran cualidad del fútbol: la repetición. El otra vez. Apenas existe la muerte metafórica en el ciclo de domingos: la derrota, el empate o la victoria se enjuagan el ánimo rápido porque hay que subsanar o ratificar al siguiente partido. Es su popularidad, que todo lo pide enseguida y de nuevo. En el volver a empezar y volver a empezar está la identidad humana, con sus demonios. Y el fútbol sigue fiel a esa identidad, al color y al entretenimiento: volver al césped a esperar que llueva un balón del cielo (Acá estamos de nuevo / mi amor correspondido / cazando el sol al vuelo / sin darte por perdido).
Y si esa reiteración se vuelve monotonía, también el fútbol dará de surgir jugadas o lecturas, a modo de despertadores, en una de sus infinitas combinaciones de podemas (La lírica en la prosa se asoma desatada). Despertadores que alguien tendrá que padecer con lágrimas negacionistas (rebate el desconsuelo la magia más hermosa). Si en la lógica se puede argumentar reduciendo al absurdo, el fútbol se condensa en la «reductio ad sphaeram». Las dimensiones social, mediática y política, las 100.000 personas que llegan a caber en un estadio y los 22 jugadores que ofician sobre los más de 10.000 metros cuadrados de pasto (o barro) somos drogodependientes de un balón que puede domarse con el empeine de un pie. De con qué fuerza o delicadeza se transporte ese agujero negro supermasivo depende este deporte: unos eligen las maneras del rugby, otras las de un artificiero. No importan los siglos de vagabundeo: el diablo volverá, como a su madriguera, a eso pequeño, a los detalles. ¿Para qué tanto terreno, si sobraba una baldosa? El diablo volverá, como a su madriguera, a por segundas oportunidades. Que en el fondo es lo que todos queremos: Lo que pudo haber sido / hoy vuelve a estar en juego.
Luz, cámara y acción, como si de la gran película autobiográfica se tratase. Fútbol: cine con rivales y casualidades. Fútbol: film-dado. Recupera el balón del no-futbol, de un amigo, de un zarzal, de un ladrón o de los bajos de un coche en el centro del campo (Va…), encara a los lobos dispuestos en geometría anti-persona (…mi corazón…) y emprende el viaje de cada uno de nosotrxs (…solo contra el mundo). Late al ritmo del tambor, inventa loops para esquivar lupus sobre al bombo y caja del estadio. Es otra carta de la tan rescrita correspondencia entre fútbol y vida. Razón: amor profundo.

La imágenes del fútbol, cuya popularidad y dinero distancian, van desde el gigante estadio hiperlumínico donde Ilíadas suceden cada tarde (El sueño de los héroes / Las luces del estadio) hasta su continuidad de los parques (Los goles más urgentes / se hicieron en mi barrio). Del negocio al juego, de la pompa a la pachanga.

Arranca el contragolpe. El equipo que estaba arrinconado al borde de su propia área, apelmazado a golpes contra la barbilla de su portero, se desata. Por fin localiza a su delantero-bombona de oxígeno, que aguanta la bola y la descarga de cara para el galope de los caballos andaluces. Se enciende la locura. La grada grita como antaño. Al igual que el Diablo, ve un ventanuco de oportunidad después de aguantar y aguantar. El mundo contra un hombre. Se invierten los protagonistas del estribillo, y el mundo ahora se abalanza sobre el corazón del hombre, retando a la epopeya futbolista. El plan desde la cuna. Mestizaje de voluntad y profecía, a uno en el fútbol lo imbuye la dinámica social pero lo sostiene, hasta el final y contra todos los vaivenes, una fe pagana. Levanta la mirada con malicia de artesano. El 10 alcanza su hábitat, que son sus rangos de pase y tiro decisivos. Malicia, por evitar que el portero se estire hasta tocar su órgano vital; artesanía, porque bajo el ruido de la maquinaria mediática, cada contacto con la pelota tiene una electricidad humana. El futbolista expide podofacturas que a veces salen bien, otras regular y muchas otras mal. Pero hay veces, las menos, en que el acto es perfecto… Paloma blanca viaja al palo más lejano.
Suerte que se inventó el fútbol, porque es la única razón de ser de las materias primas (¿A dónde hubiera florecido la madera? / ¿A quién hubiera cobijado tanto cuero?). Suerte que se inventó el fútbol, porque a la humanidad se le habrían agotado las opciones (¿Qué hubieran construido encima de esta Tierra?). Suerte que se inventó el fútbol, porque hasta lo peor de nosotros debía tener su lugar donde agruparse (¿Qué hubiesen hecho tantos hombres con su infierno?). Y así, en el venidero día de la conciencia, cambiarlo de lleno con la asistencia o la cobertura precisas. Ese será el gol de la humanidad.
Según nuestros cálculos – hizo una larga pausa aunque no había tiempo para pausas dramáticas – cada una de las naves espaciales que se aproximan a la Tierra tienen el tamaño de un estadio de fútbol.
LOS DRÉPANOS, novela online de Zambayonny
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